Durante mi primer curso como profesora sustituta, en mi paso por los cuatro centros en los que recalé durante esos primeros meses, pronto me topé con situaciones que me hicieron ver que el sistema educativo exige a los docentes menos conocimientos académicos de tu propia materia y mayores aptitudes para la gestión emocional, convivencial y multicultural de los centros. No es un hecho aislado, fruto de un solo centro con peculiaridades muy específicas, sino que parece ser la norma por todas partes: baja la exigencia curricular para el alumnado y suben las demandas de competencias emocionales y vivenciales para el profesorado. Ante este panorama, he hablado del tema con mis compañeros de departamento y sí, las posturas están enfrentadas: por un lado, quienes se niegan a dejar de enseñar su materia para tratar incluso de educar a alumnos que llegan a secundaria sin unas bases mínimas para la convivencia, no solo dentro del aula, sino en sociedad; por otro lado, los que consideran que antes de formar intelectualmente a nuestros alumnos hemos de conseguir formarlos como personas, con lo cual ¿en qué momento de sus vidas adquirirán esos conocimientos que debían empezar a cimentarse entre los 2 y los 16 años? ¿Debemos ser profesores o coaches emocionales?
Levantar la mano, estar en silencio, no deambular por el aula
Actitudes que en mi época de estudiante no existían son ahora el pan de cada día en los institutos de secundaria. Tres normas básicas del saber estar, que en principio todos los niños deberían tener dominadas desde su paso por primaria (con las habituales excepciones de criaturas con diagnósticos específicos a quienes estas normas no les sean tan fáciles de asimilar), resulta que ponen en jaque al profesorado a diario. Como sustituta que soy, al llegar la última a cada centro, cuando me encontraba con este tipo de comportamientos por parte del alumnado, asumía que solo lo tenían conmigo: me ponían a prueba; veían hasta dónde me podían desafiar; cuándo lograrían enfadarme y ser más estricta (curiosamente, se asombraban de mi capacidad de aguante para situaciones de lo más variopinto). Pero al hablarlo con el resto del equipo docente descubría que no, que en sus clases se comportaban igual. Alumnos que se levantan sin motivo para irse a charlar con el amigo que tienen en la otra punta de la clase; que utilizan el móvil sin prestar ninguna atención a las explicaciones en el aula; que se rebelan gravemente por no dejarles salir al lavabo en cada clase; que no callan aunque se lo pidas diez veces seguidas, porque no están haciendo nada malo, lo único que hacen es hablar; compañeros que intervienen para dar su opinión sin orden ni concierto, imposibilitando el debate que tan fructífero podría ser en clase. En definitiva, criaturas de 15 años que aún no saben estar, simplemente, estar en el aula. No hablemos ya de sacarle provecho a las 6 horas de clases diarias.
¿Profesores especialistas o monitores de tiempo libre?
El colmo de estas situaciones la viví después de Semana Santa, cuando esperaba un nuevo nombramiento de mi especialidad y me llamaron por teléfono para un ejercer de urgencia ¡como docente de Lengua catalana y Literatura! Para empezar, es una especialidad que no puedo impartir, por lo que intenté hacerle ver a la señora del Departamento de Educación que debía tratarse de un error, puesto que entre mis datos de la bolsa no tengo el reconocimiento necesario para dar clases de catalán. Para mi asombro, la mujer que me atendía al otro lado del teléfono me comentó que eso ya lo sabían, pero que el instituto que me proponían llevaba ya un mes y medio sin especialista de catalán y que ya les daba igual que fuese a hacer la suplencia alguien de castellano, pero que fuese alguien. Ahí sentí claramente que somos “el aparcamiento de educación”. Solo queremos tener a los adolescentes controlados, bajo un techo y seguros, con la vigilancia de cualquier adulto que no tenga antecedentes penales y poco más. ¿Que la persona que imparte la materia no tiene ni idea de los contenidos que ha de transmitir al alumnado? Da lo mismo, con que esté de cuerpo presente en el aula, todo se puede hablar. Yo me negué a aceptarla, pero conozco muchos, muchos casos de docentes que aceptan propuestas similares con tal de mejorar su número en la bolsa de interinos. Luego comenzaremos a llorar por lo poco que aprenden los niños de hoy en día, mientras ahora los dejamos en manos de cualquier adulto medianamente centrado que pueda echarles un ojo en el aula, aunque no les aporte nada más.
¿Profesores o coaches emocionales? ¡Yo quiero ser profesora!
Ojo, que precisamente a mí me dicen que, como sustituta, tampoco es necesario que me implique tanto ni en la atención de las necesidades del alumnado ni en la preparación de las clases. Vamos, que a mí el trabajo me sale de forma natural y la preocupación por el bien ajeno también, pero dentro de unos límites razonables y humanos, yo quiero impartir mi materia. Quiero que mis alumnos sepan escribir y hablar correctamente en castellano, que comprendan cualquier tipo de texto, que conozcan la literatura básica de su lengua y la relevancia de algunos de nuestros autores a nivel mundial. Recuerdo que en una clase compartida con otra profesora que venía a hacer de refuerzo para alumnos que lo necesitaban, hablando del texto descriptivo, les nombré a Galdós, como autor experto en descripciones minuciosas que te permitían recrear el ambiente y los personajes de una época. Fue la propia profesora quien me dijo que estos niños de 3º de ESO ni sabían quién era Galdós ni volverían a escuchar este nombre en toda su vida. ¡Y a ella le parecía de lo más normal! Soy la primera en recurrir a Youtubers y redes sociales para motivarlos con ejemplos actuales, pero de ahí a que sus vidas pasen sin que nadie les haya nombrado ni siquiera de pasada a personajes clave de nuestra literatura… ¿no se nos está yendo la modernidad un poco de las manos?
En definitiva, no sé en qué momento la formación académica e intelectual de un instituto quedó tan reducida, en aras de convertirse en centros de vigilancia de menores mientras sus padres trabajan. No sé si esta es una realidad extrapolable a otros centros o comunidades autónomas, o algo que ha empeorado la enseñanza en Cataluña específicamente. ¿Tú vives una situación parecida? ¿Tienes la sensación de que más que para formar te han contratado para vigilar y cuidar?
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