No creo que se haya conocido el caso de un opositor que lograse su plaza sin tener que asumir diversas renuncias al opositar. Puede que esas concesiones fueran en cuestiones pequeñas, como reducir sus ratos de ocio, madrugar un poco más o perder menos el tiempo con la mente en blanco, pero en algún aspecto su rutina debió verse alterada. Quienes a veces pensamos que somos demasiado mayores para opositar, tendemos a desmerecer el esfuerzo de las generaciones más jóvenes porque para nosotros robarle tiempo a nuestros hijos tiene una gravedad que no es comparable a no salir los sábados por la noche para un veinteañero, por poner solo un ejemplo. Se nos olvida pronto que cada etapa de la vida tiene sus prioridades e, incluso aunque ya las hayamos vivido, no recordamos la importancia que tenían ciertas actividades en nuestros años mozos. En este, como en tantos otros ámbitos de nuestra existencia, juzgar la situación de los demás es siempre mala idea, porque es muy difícil ponerse al 100% en la piel de otra persona y, generalmente, opinamos sin tener conocimiento de muchos datos fundamentales. Hoy quiero contarte en qué aspectos he sentido que tengo que hacer renuncias al opositar y que por muy bien que quiera organizarme, las horas no se multiplican de forma mágica para atender por igual a todas las parcelas que debería atender.
A tus hijos renuncias al opositar
Hace unos días, leí en Instagram la historia de otra madre opositora que había recibido unos comentarios hirientes que venían a afirmar que teniendo hijos no se puede opositar y que, si lo intentas, o no te estás preparando bien para la oposición o te has convertido en una mala madre. Mi hija mayor tiene casi 7 años, el pequeño va camino de los 4 y ya desde muy temprano me convertí en una devota seguidora de El club de malasmadres, precisamente por esa alegría y mala leche con la que se suele juzgar la maternidad ajena. Sin embargo, es cierto que cuando decidí que además de madre quería cumplir con mi objetivo de convertirme en profesora de secundaria, tuve claro que los niños iban a perder muchas horas de madre. Para empezar, tenía que cursar el Máster en Formación del Profesorado en Secundaria, acudir a las clases on line, entregar una cantidad desmesurada de trabajos, y si el coronavirus no se interpone, próximamente tendré que rebuscar 200 horas para hacer prácticas en un instituto, terminar el TFM y todo esto son horas (muchísimas decenas) que he tenido que recortar de mi tiempo familiar, principalmente. Dependiendo de cómo sean tus hijos, podrás organizarte de la forma que menor impacto cause en vuestra relación, pero a mí la decisión me pilló a 2 días de decretarse el estado de alarma por la pandemia del COVID-19, con lo cual ya no había posibilidad de aprovechar sus horas en el colegio, ni sus actividades extraescolares para avanzar con el estudio. Y todo esto ¡como paso previo a la preparación de las oposiciones! Además, mi caso se agrava porque mis hijos madrugan mucho y se acuestan tarde, por lo que debo levantarme antes de las 5 de la mañana si quiero tener algún tiempo de tranquilidad para estudiar. Por supuesto, el padre de las criaturas, los abuelos, los tíos y cualquier otra persona voluntariosa son todos bien recibidos a la hora de encargarse de ellos por turnos para que yo pueda rendir más. Cuando no estamos confinados, claro. Este es el mayor sacrificio que sé que tendré que hacer durante mis años de preparación de la oposición, pero lo hago siendo plenamente consciente y con el objetivo puesto en esa plaza que después me garantizará una mayor estabilidad laboral y familiar. Digamos que lo veo como una inversión de tiempo que, en caso de salir bien, hará que esté mucho más disponible para criarlos en primera persona durante el resto de mi vida. Y visto así, esta que es la mayor de mis renuncias al opositar, me merece mucho la pena.
Ejecutar tu trabajo actual pero no progresar en él
Ahora que está de moda el teletrabajo, he hecho el recuento de los años en los que mi vida laboral ha transcurrido desde casa y me sorprendo al ver que ya llevo 12 años siendo una adelantada a mi tiempo. Trabajar desde casa me ha permitido una flexibilidad enorme para criar a mis hijos cuando eran bebés, pero como ya ha podido experimentar la mayor parte de España en sus propias carnes, es una especie de regalo envenenado. Sí, nadie mira si estoy trabajando a las 10 de la mañana o a la 2 de la madrugada, pero tanta flexibilidad tiene el riesgo de convertir tu vida en una jornada laboral de 24 horas durante los 7 días de la semana. Siempre estás de cuerpo presente con tu familia alrededor, pero sin desconectar del trabajo y atendiendo asuntos laborales mientras ves la tele con los niños o pones una lavadora. Esto acaba pasando factura, hasta el punto de que ahora me parece un lujo aprobar las oposiciones de secundaria para tener un horario rígido, pero que una vez finalizado mi vida personal ocupe el primer plano y no siga estando en un segundo o tercer puesto a perpetuidad. Mi idea es seguir trabajando como hasta ahora hasta que tenga mi plaza, sin embargo este año ya me he tenido que renunciar a asumir más responsabilidades y cobrar más, porque no me alcanzan las 24 horas del día para una jornada completa, un máster, unas oposiciones y dos niños confinados. De hecho, con las malas perspectivas de rebrotes que se esperan este otoño, mi idea es la de reducir la jornada puesto que creo que 2 años más en esta situación me va a pasar una factura tremenda. Es una decisión que estoy meditando mucho, pero tal y como está el panorama me parece muy arriesgado renunciar a parte de mi sueldo con el futuro tan incierto que se prevé.
Mi tiempo de ocio es el tiempo de la oposición
Sé que esta afirmación puede sonar tremendamente aberrante, sobre todo tras leer varios libros en los que se ensalzan los beneficios del tiempo libre y la dedicación a uno mismo a la hora de preparar un proceso de tanto desgaste y a tan largo plazo como el que requiere una oposición. Di este paso tan motivada que, 7 meses después de haber empezado con mi preparación, no me pesa dedicar cada minuto libre a alguna tarea relacionada con este objetivo. Supongo que a medida que vayan pasando los meses tendré algún bache emocional y me vendrá bien airearme y desconectar un poco del estudio, pero a día de hoy, y dada la estrechez de mi agenda para encajar unas oposiciones en mi vida, o convierto el arte de opositar en mi principal pasatiempo o aquí ya no quedan horas en el reloj para rascar. Por eso, es frecuente verme resumiendo felizmente los domingos a cualquier hora, organizando mis tableros de Trello en el móvil con las ideas para la programación y las unidades didácticas, o subrayando nuevos temas cuando me desvelo de madrugada. Aún así, no falto nunca a las comidas familiares del fin de semana (sí, son largas, pero cuando quien tiene que hacer la compra, la comida, recoger después, etc. eres tú, sumas minutos y te sale a cuenta que las abuelas te lo pongan todo por delante aunque te roben luego unos minutos más de charleta), he tenido una semana de vacaciones con poco progreso en el estudio durante este verano y tampoco sufro por vivir más encerrada que de costumbre.
Al pensar en las renuncias al opositar entiendo perfectamente por qué todos los expertos consideran que la motivación es la clave del éxito. Y es que si a ti te proponen cualquier plan que implique alejarte de tu familia, estancarte y agobiarte en tu trabajo y quitarte tus ratos de ocio ¿a que no aceptarías jamás un acuerdo en esos términos? Pues aquí reside el valor de ver la oposición como una inversión de futuro y no como un sacrificio inhumano. ¿Qué aspectos de tu vida se han visto más afectados al decidir meterte de lleno en una oposición?
Sin comentarios